miércoles, 9 de septiembre de 2020

"Un grial salvaje"



¿Podrá, lateralmente, definirse el vampirismo como un impulso, una necesidad, una urgencia irrefrenable de derramamiento de sangre?

Si así fuera, en nuestro querido y neurótico país podríamos catalogar a unos cuántos vampiros ilustres.

Omitamos los de la historia reciente para evitar problemas y viajemos al siglo XIX, época de nuestra predilección. Los hechos violentos, de saña innecesaria, llenarían un libro frondoso.

Recordemos: tiempos de guerra civil, de unitarios y federales sableándose frenéticamente, de crímenes impunes.

Lagos, pampas de sangre.

Lo primero que escupe la memoria, asqueada, son las degollinas de La Mazorca, El matadero de Echeverría, las cabezas de Acha y Avellaneda pudriéndose en lo alto de las picas o las que se dejaban en los lugares públicos para aleccionamiento de opositores políticos.

Por el lado "ilustrado": el fusilamiento gratuito de Dorrego, las masacres de indios para civilizar al país, Rauch atando prisioneros a la boca de los cañones para probar su infalible puntería, "Urquiza, melómano de las tinieblas, ejecutando en la garganta de ochocientos prisioneros una rapsodia macabra."

Según plumas unitarias o revisionismo federal.

Lo cierto es que en aquellos tiempos se soltaba la rienda del sadismo sin ninguna culpa, se mataba, digámoslo de una vez, por placer.

Lagos, pampas de sangre.

Una furia roja gobernaba los actos de los hombres; la piedad no era más que un propósito de vejación.

Una anécdota conocida pero inagotable redondea como ninguna esta idea del vampirismo criollo: el traslado de los restos del general Lavalle hacia Bolivia por el árido paisaje humahuaqueño.

Se sabe: después de la derrota de Quebracho Herrado y del homérico intento de Famaillá, Lavalle deambula con un puñado de fieles perseguido por el mar rojo de los pendones y uniformes federales, que se derraman por valles y quebradas como una colosal metáfora de la sangre vertida entre hermanos.

Manuel Oribe, militar de fina educación, comanda el ejército rosista. Si la memoria no falla por mucho, creemos que fue Saldías, en su Historia de la Confederación Argentina, quien escribió que a Oribe "lo precedía un hedor carnicero". En Tucumán, ya había mostrado la hilacha vampírica haciendo ejecutar a Marco Avellaneda de manera atroz: decapitándolo y permitiendo a la chusma mancillar sus restos sin compasión alguna (ver la pavorosa descripción del coronel Mariano Maza en https://www.historiahoy.com.ar/nicolas-avellaneda-y-el-el-martir-metan-n424). Por otra parte, en Arroyo Grande hizo degollar a 400 oficiales después de la contienda.

Lagos, pampas de sangre.

Había prometido llevar a Buenos Aires la cabeza de Lavalle o cualquier parte de su cuerpo que sirviera para atestiguar que ya no existía. Pero la partida unitaria al mando de Pedernera -su guardia pretoriana, podría decirse-, protegió el cadáver del prócer como quien se enfrenta a un tropel de espíritus carroñeros. El coronel Danel, amigo, edecán de Lavalle y algo médico, vació de sus vísceras el cuerpo (pues su hedor atraía a las aves de rapiña pudiendo ser localizados desde lejos) y, horas después, lo descarnó, arrojando los restos podridos al río Salado en cuya orilla se entregó a la macabra tarea de limpieza. Los huesos y el corazón -metido en un frasco con salmuera, "un grial salvaje" según la hermosa expresión de Enrique Molina-, siguieron rumbo a Bolivia con los pocos hombres que sobrevivieron a los numerosos ataques de la vanguardia federal.

Años después, los restos fueron repatriados por Mitre. Reposan en el Cementerio de la Recoleta, quiere el destino que muy cerca de Dorrego a quien fusiló sumariamente convencido por los oportunistas de turno, confirmando la frase de Echeverría sobre su exclusiva condición de sableador: "Lavalle es una espada sin cabeza".

Hay quien dice que el húmero del brazo hábil del general, puesto a secar con los demás huesos sobre el techo de un rancho, fue arrebatado por un cóndor que se lo llevó a algún nido colgado sobre los abismos.

Lo más cercano al perdón que Dios dispuso para su alma. 




Imagen de cabecera: La conducción del cadáver de Lavalle en la Quebrada de Humahuaca, de Nicanor Blanes.


 

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