sábado, 29 de agosto de 2020

París de las misas negras



El hombre de la foto no es viejo aunque lo parece. Morirá horriblemente a los 59 años y será inhumado con el hábito de los Monjes Negros.

Se encuentra, claro está, en un estudio fotográfico. Pero de haber sido sorprendido en su casa, en plena noche, la fotografía hubiera revelado la misma postura estudiosa sobre un incunable parecido. Es que buscaba desesperadamente, en libros polvorientos de saberes dudosos, protegerse de fluidos malignos que querían acabar con su vida.

Hacia fines del siglo XIX, durante cinco años, estuvo involucrado en una guerra nigromántica de la que apenas sabía París. Su novela satanista Allá lejos (Là-bas, 1891), había insinuado algo de lo que pasaba en el submundo parisino. Pero sólo se trataba de la punta de un iceberg negro como una noche sin luna.

Satanistas, rosacruces, católicos más o menos heréticos, sostenían una guerra silenciosa que explotó tiempo después. Los contendientes: un extraño sacerdote excomulgado (el abbé Boullan), la sacerdotisa de una orden religiosa llamada de la Reparación (Adèle Chevalier), una vidente (Madame Thibaut) frecuentemente asaltada por visiones y convulsiones, dos magos rosacruces (el marqués Stanislas de Guaita y Joséphin Péladan) y dos ocultistas que jugarían cartas menores (Oswald Wirth y Jules Bois). La tenebrosa figura de Vintras, mago acusado de practicar misas negras muerto pocos años antes, parecía desplegar sus alas de murciélago ocultando los detalles a los ojos profanos.

El hombre de la foto, escritor de cierto renombre, se dejó involucrar, fascinado tal vez por la estética oscura de todo ese affaire.

Hubo mutuas acusaciones de prácticas sacrílegas que incluían sacrificios humanos. Brujos y magos se arrojaron sus oleadas de energía oscura con un resultado terrible: la muerte mágica de Boullan.

Los rosacruces, al parecer insatisfechos con la muerte del sacerdote, fueron por su grupo, en el que se encontraba el escritor que se defendió con las armas legadas por el abbé y las que había adquirido quemando su vista y su alma en lecturas abominables. Los efluvios rosacruces lo acosaban de noche, impidiéndole pegar el ojo.

Cuando no pudo más, huyó de París instalándose en las cercanías del monasterio de Ligugé, buscando la divina protección de la Iglesia.

Recibido como oblato por los benedictinos, Joris-Karl Huysmans se entregó a una vida de contrición poniendo su pluma al servicio de vidas pías, como Bernadette de Lourdes y Liduvina de Schiedam.

Pero murió de un espantoso cáncer que devoró sus labios y su cavidad bucal.



 


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