domingo, 24 de mayo de 2020

NN




En la noche, donde todo es oscuridad y temor, vuelve a caminar por su ciudad. Debe aprender a hacerlo todo de nuevo. Moverse. Coordinar. Guiarse. Respirar. Lleva mucho tiempo muerto y, de tanto en tanto, recupera ese impulso: el deseo de resucitar. De estar otra vez allí abajo, latiendo, como en un primer momento.

De inmediato, al inhalar la primera bocanada de aire, lo cruza un escalofrío. Levanta la solapa de su abrigo imaginario y apura el paso.

Huye, siente que huye. De las miradas, pero también de ese hombre que no ha sido, que no ha podido ser. Pero es sólo una sensación interna. Nadie puede verlo. Aunque allí, en el confuso terreno de la noche, parece volver a tomar vida, no es más que un fantasma, un desaparecido.

Así sigue, ligero, esquivando luces, semáforos, carteles, cuerpos, el traqueteo de los camiones de basura; también las primeras gotas de llovizna que empiezan a caer haciendo brillar el asfalto.

¿Para qué está allí, a esa hora avanzada del sueño, trepando las calles de su vieja ciudad, sino para volver a hacerlo; para volver al lugar que desde hace mucho es su improvisada tumba?

La lluvia ahora es más copiosa, le nubla la vista. La vida impone su pulso.  

Un bulto duerme en un descanso. Probablemente un mendigo, se dice, escupido como una pústula a ese callejón inmundo. Observa el cuerpo: se mueve como un insecto inquieto, buscando una posición mejor en el piso de cartones. Otros, cerca, revuelven en los tachos, buscan las sobras del mundo. Más allá, una mujer apenas vestida, arregla un precio apoyada en la ventana de un auto caro.

Lo contempla todo con asombro: las cosas que están igual, también las que han cambiado.

Y así hasta llegar.

Entonces finalmente se arrodilla, se inclina sobre la placa en el piso, esa que lleva su nombre. Su corazón se acelera al verla, una vez más. Sonríe al ver esas pequeñas cerámicas de colores que rodean su apellido, como bombitas  que quisieran darle un marco alegre a la tristeza de su ausencia.

Si tan solo pudiera volver a vivir, piensa, a sentir, a completar la vida que le quitaron más de cuarenta años atrás. Si tan solo lo hubiesen dejado. Pero ya no hay retorno. Alguien pasa a su lado, sigue de largo. El no es nadie. No está allí. Es un recuerdo, un fantasma, uno de esos que no existen, uno de esos que sólo aparecen en sueños.

Pablo Sánchez

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