lunes, 9 de diciembre de 2019

Estampa italiana*




Beatrice Cenci ha quedado en la Historia como un bello ángel exterminador.
Hija de un noble depravado e incestuoso, planeó la muerte de su padre junto a sus hermanos porque no sirvieron de nada sus denuncias ante Clemente VIII, Papa de aquellos tiempos. "Cenci, mi padre, me ha profanado". Palabras de Antonin Artaud que ya nadie podrá desvincular de esa historia luctuosa aunque se presenten pruebas irrefutables que nieguen el incesto. El de Beatrice es, acaso, el parricidio más sonado de los anales italianos, comparable, en el plano de la ficción, al cometido por Tyrion Lannister, el inolvidable enano de Game of Thrones. Ambos comparten el sentimiento de justicia de esas muertes, aunque hayan sido sangrientas y brutales. Beatrice fue inmortalizada por escritores y artistas de la talla de Shelley, Stendhal, Dumas, Artaud, Moravia, Guido Reni (imagen de arriba), H. G. Hosmer, Ginastera...
También, en la nota a mano alzada de Charles Dickens que ofrecemos a continuación.


En los palacios privados los cuadros se ven mejor. No suele haber tantos como para que la atención se disperse o el ojo se confunda. Uno puede entregarse tranquilamente a su contemplación sin ser molestado por una multitud. Hay muchos cuadros de Tiziano, Rembrandt y Van Dyck; retratos de Guido (Reni), Domenichino y Carlo Dolci; diversas composiciones de Correggio, Murillo, Rafael, Salvatore Rosa y el Spagnoletto, muchos de ellos de una gracia, ternura y belleza tales, que nunca serán suficientes los elogios que se les prodiguen.
El retrato de Beatrice Cenci, en el Palazzo Barberini, es un cuadro inolvidable. La trascendental dulzura del rostro deja traslucir algo que hechiza. Puedo verlo ahora mismo, tal como veo mi pluma o el papel en el que escribo. La cabeza está cubierta por un turbante blanco. El cabello claro asoma por debajo de los pliegues del paño. La joven ha girado repentinamente hacia el espectador y tiene una expresión en los ojos -tiernos y gentiles- como si hubiera acabado de vencer, en ese mismo instante, un terror fugaz y no quedase más que una esperanza celestial y una hermosa pena en ellos. Hay quienes dicen que Guido pintó el retrato la noche antes de la ejecución; otros, que la pintó de memoria después de verla camino al cadalso. Yo prefiero creer que ella se volvió hacia él entre el gentío, tal como se la ve en el cuadro, e imprimió en el alma del pintor la mirada que transmitió a la mía como si hubiese estado junto a él entre los concurrentes. En mi imaginación, ese rostro vaga por el abyecto palacio de los Cenci que ocupa una manzana entera y se desmenuza lentamente; por su sombrío atrio y sus ventanas ciegas, subiendo y bajando por sus lóbregas escaleras, saliendo de la oscuridad de sus fantasmales galerías. Todo el drama está escrito en el cuadro, en el rostro de la muchacha condenada, por obra de la Naturaleza. Y su pincelada única la distingue del débil mundo que dice ser como ella en virtud de mediocres convenciones.


Charles Dickens (1812-1870)

*De Pictures from Italy

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