¿Habrá sido así? ¿En una guerra de trincheras donde cada instante era una promesa de explosión y, en el mejor de los casos, de muerte ajena? ¿Donde nadie asomaba la cabeza sin sentir el cosquilleo de un futuro balazo en la frente o el fantasma de una lluvia de esquirlas en el rostro? He leído algunos testimonios sobre la Gran Guerra y mi conclusión es que el coraje se acurrucaba tan adentro de los hombres que hubiera sido necesario un buen cirujano de almas para encontrarlo y hacerlo aflorar. El instinto ordenaba hacer un hoyo en la tierra y esconderse en él. Sólo un mandato interno y extremo (ir en pos de un amigo desquiciado o herido, el bendito honor familiar) obligaba al soldado a salir de su trinchera y a exponerse a los dientes carnívoros de la Muerte.
¿Pudo, entonces, un rosario de mitos y leyendas enhebrados desde la niñez transfigurar la horrible realidad de barro, frío, hambre, fuego, detonaciones y cadáveres, cadáveres, cadáveres, de un hombre que se encontraba en el campo de batalla más solo de lo que nunca había estado y al filo de la muerte a cada momento?
En el film Tolkien de Dome Karukoski (EE.UU., 2019), sí, y con todo derecho. Es tan bella su lógica poética que adormece nuestro espíritu crítico. Según Karukoski, la vida de J.R.R.T. hasta que se establece como profesor en Oxford y aún después, es un poema oscuro tejido por una parca que sume en las tinieblas la mitad de su corazón dejando a la luz la otra mitad, como esos granates que parecen tener en su interior un movimento de aguas rojas, densas como sangre, que brillan y se oscurecen según la incidencia de la fuente luminosa a la que se expongan.
Dos de sus amigos mueren en batalla, dos hermanos. Algunos años antes, junto a ellos y un tercero, músico, forma la primera de las tres o cuatro sociedades artísticas que integraría a lo largo de su vida. Cuatro amigos que el don poético de Karukoski, en la última imagen de su película (al finalizar la danza de sombras chinas que acompañan los títulos y resumen, en un alarde de síntesis cinematográfica, las obras que Tolkien escribiría años después), pone bajo un árbol, sobre una colina, en una estampa hobbit típica de sus libros.
Hay escenas simples y hermosas, como la de la primera salida de Edith y Ron (como al parecer Edith llamaba a Tolkien apocopando su segundo nombre, Ronald) en la que se divierten, pobres huérfanos sin recursos, bailando ella bajo un dosel de árboles frondosos en la luz submarina que filtran las hojas y él acostado a sus pies mirándola girar, alternativamente deslumbrado por la luz y por su belleza. ¿Ya había escrito el cuento de Beren y Lúthien, esa historia de amor entre un hombre mortal y una princesa élfica muy anterior a los hechos narrados en El Señor de los Anillos? ¿O fue un instante como el que plasma hermosamente Karukoski el inspirador de ese cuento? El film parece sugerir lo último, el producto de una revelación según puede leerse en la expresión deslumbrada de Nicholas Hoult (el excelente actor que encarna al Tolkien veinteañero) ante los giros ralentizados de la hermosa Lily Collins (en el papel de Edith Bratt).
Se dice en la Balada de Leithian que Beren llegó tambaleándose a Doriath, con cabeza cana y como agobiado por muchos años de pesadumbre, tanto había sido el tormento del camino. Pero errando en el verano por los bosques de Neldoreth, se encontró con Lúthien, hija de Thingol y Melian, a la hora del atardecer, al elevarse la Luna, mientras ella bailaba sobre las hierbas inmarcesibles del claro umbroso junto al Esgalduin. Entonces todo recuerdo de su pasado dolor lo abandonó, y cayó en un encantamiento; porque Lúthien era la más hermosa de todos los Hijos de Ilúvatar. Llevaba un vestido azul como el cielo sin nubes, pero sus ojos eran grises como la noche iluminada de estrellas; estaba el manto bordado con flores de oro, pero sus cabellos eran oscuros como las sombras del crepúsculo. Como la luz sobre las hojas de los árboles, como la voz de las aguas claras, como las estrellas sobre la niebla del mundo, así eran la gloria y la belleza de Lúthien; y tenía en la cara una luz resplandeciente.
También, aquella escena nocturna, entre angustiante y cómica, en la que un Tolkien deshecho por el compromiso de Edith, se emborracha y deambula por el campus universitario vociferando como un orco cosas ininteligibles en una lengua extraña (una especie de finés corrupto" en el que trabajaba por esos días) despertando a todo el mundo.
Pero también hay escenas fuertes, que son las que le interesan a este blog. Justamente las escenas que corresponden a las tinieblas de la guerra, las escenas que su razón no puede tolerar y, según imagina Karukoski o sus guionistas (dignos de mención y aplauso: David Gleeson y Stephen Beresford), transfigura en otras de una oscuridad poética que más tarde llenará las páginas de sus libros.
Tolkien, afectado de lo que se conocía entonces como "fiebre de trinchera" (enfermedad transmitida por el piojo humano, con cuadros febriles altos y fuertes mialgias en piernas y espalda, además de cefaleas que nublaban la razón), empieza a tener visiones fastuosas en el horrible muererío del Somme. Los lanzallamas enemigos se tornan dragones; jinetes negros cabalgan entre la carga de los soldados; formas nebulosas, emisarias de la Muerte, arrebatan la vida a sus compañeros. En un caballo blanco sin jinete cree ver a Sombragris, la montura de Gandalf, aunque montura y jinete aún no tienen nombres ni formas precisas en su cabeza trastornada. Y también, ojo del tornado, centro dramático del film, ve, en medio de una terrible deflagración, una forma negra recortada entre las llamas, algo así como la personificación del Mal. Morgoth o Sauron, los señores oscuros de sus grandes obras (El Silmarillion, El Señor de los Anillos), en un sólo ser sin rostro, aún en estado magmático en su cerebro arrasado por las visiones y el espanto de la realidad. Conmovedor el detalle del joven afiebrado que se pone de pie en el barro ensangrentado para enfrentar a esa visión mestiza de su imaginación. Demasiada mitología encierran las cavernas de su cabeza, ramificada en historias germinales que van a madurar en ellas durante mucho tiempo. Escritor laborioso, las extraerá al cabo de algunos años, como los enanos de Moria extraen en sus libros diamantes grandes como cabezas de niños de las entrañas de la tierra.
La película explora bellamente una vida triste con algunas ráfagas de felicidad. La niñez con hermano y amigos, batallando con espadas de madera; los cuentos de su madre y su muerte repentina; la tutoría del reverendo Francis; la educación en el King Edward College; la amistad con Robert, Geoffrey y Christopher, compañeros de estudio y travesuras; la creación de la sociedad literaria TSBS al grito de "Heilheimer!", propuesto por J.R.R.T., que se convertiría en divisa de cada uno de ellos; Edith, Oxford; la afición a la filología y la creación de lenguas; las clases del profesor Wright; el encuentro con su vocación; la guerra...
Y durante la guerra, la enfermedad, las visiones, la muerte de sus amigos.
Y la vuelta a Inglaterra, a Edith...
Después el matrimonio, los hijos, las primeras líneas de El Hobbit...
Los libros y la fama.
La muerte de Edith, la suya dos años después, su reposo junto a ella.
Y la sugerencia poética de que bajo la lápida común que señala sus tumbas, Edith sigue bailando en la luz opalina y "Ron" admirándola como aquella tarde en la que se le reveló como Lúthien y él más que nunca se sintió Beren...
Luz Aisenberg
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