¿Qué decir de la mano que escribe, refiriéndose a la muerte de Lorca, "un palmoteo de cante jondo / dentro de un ataúd". O de Neruda: "Emplea palabras sensibles al tacto, con asperezas y suavidad de roca, pétalos, arena". O se pregunta y se responde, en un poema sobre el deseo: "¿Qué se ha visto? / Madonas inasibles yacentes en pantanos perfumados". Y ahí mismo dice de una mujer: "Ella cubre sus muslos y sus brazos con jaleas salvajes".
¿Qué decir de quien escribe "Llaman tales tambores, invocan dioses / profundos como espejos" o "Todo en ella / es insomne como su latido desdeñoso, / consagrado a las grandes singladuras de / Ahab." sin que sepamos si se refiere a la ballena, a una mujer igualmente inaprensible o al amor, pero vale para cualquiera de esas opciones?
Cito lo que la memoria, generosa, me dicta.
Y si lo anterior no bastara, ¿qué decir de quien rescató del olvido la tragedia de Camila O'Gorman y la convirtió, con su frenético discurrir de imágenes oníricas, en nuestro canto de amor nacional?
Sólo decir su nombre: Enrique Molina.
Y seguir ofreciendo lo suyo como se ofrece el mar o una estrella fugaz a la mujer amada.
Donde el Río de los Perfumes mueve sus ligeras llamas bajo
la luna
y las mujeres cantan en su boca
y hunden sus rostros de ópalo vivo en muslos que reverberan
entre címbalos
un antro dormido al esplendor de oscuras dinastías
emperadores de labios inmóviles y grandes testículos de oro
cuya bilis era el relámpago
cuya sombra es piedra labrada jardines y sueño
He ahí
el destello perdido entre las columnas
dioses de máscaras de canela
y caderas lascivas
fantasmas de garras reales
un vértigo de mariposas
entre el templo la fortaleza y la noche
amantes descalzas y vendedores de las orillas
uniendo en sus anillos
las ceremonias de la vida
entretejida urdimbre del hambre y el olvido
en tales torsos cobrizos
en tales almas
graznido de las aves de un mundo caliente
la vieja ciudad sagrada
los monasterios de mármol
construidos sobre cráneos de colibríes
y el río de la seda arrastrando mercaderías frutas podridas
lenguajes y juncos de velas negras de cáñamo
pomada de plumas
en los senos que pueblan el mercado en los brazos
impregnados por el sudor de la luz
como la floración animal de un sueño
en un lento espasmo
Y de pronto
la rajadura ciega
ciudad arrasada hasta no quedar ni un bloque de piedra
en sus mandíbulas
quemada viva como el bonzo en su súplica atroz
desnudo su flanco incandescente
llaga deforme entre tizones
salen de las raíces desde los arrozales
secretos
esos hijos volcánicos
se aferran
a una indomable arquitectura
y entre el estallido de la sangre barridos de napalm y crimen
apostados sobre tumbas reales
exaltaron su propia muerte con una majestad salvaje
desgarradura y convulsión
de esa rugiente maternidad de pólvora
otra Hue ha nacido
-su doble de piedras impalpables-
muertos latentes en el aire
¡oh criaturas del monzón!
resisten aún
entre las hendiduras violentas del muro
cubiertas de vísceras explosiones y carne vidriosa
tanta vena de sed
tanto verdor de aldeas que latían
vaciado gota a gota por la herida
Hue fantasma
hecha de sombras de cadáveres la obstinada
resistencia sin término
los pequeños hombres elásticos que ardieron en la roca
el guerrillero
con su gran sol central que lo hace crepitar como el acantilado
el guerrillero
cada vez más hundido en su siniestra ciénaga de plomo
flagelo de adioses vigilia y súplica de mujer sola que se desvanece
en su patíbulo nocturno
cielo desenterrado o lejanía
ni caricia ni lengua devorante
tanta garganta rota entre los restos imperiales
Hue defendida hueso a hueso
Hue triturada Hue mortaja de sol
Hue resistida hasta la última llama
Hue de ojos de felino entre los intersticios del
desastre
Hue coagulada ahora en la memoria verdosa
pesadilla en alguna charca tan triste del cielo
gato que llora a gritos sábana venenosa plato donde cae sangre
en vez de arroz
y el hombre que retorna con cabeza de moscas
y no comprende más ni el vino ni sus manos en la terrible
disección de la noche
Hue de escalpelo
Hue sin labios
Hue silencio de sangre
tanto verdor de aldeas que latían
vaciado gota a gota por la herida
Hue fantasma
hecha de sombras de cadáveres la obstinada
resistencia sin término
los pequeños hombres elásticos que ardieron en la roca
el guerrillero
con su gran sol central que lo hace crepitar como el acantilado
el guerrillero
cada vez más hundido en su siniestra ciénaga de plomo
flagelo de adioses vigilia y súplica de mujer sola que se desvanece
en su patíbulo nocturno
cielo desenterrado o lejanía
ni caricia ni lengua devorante
tanta garganta rota entre los restos imperiales
Hue defendida hueso a hueso
Hue triturada Hue mortaja de sol
Hue resistida hasta la última llama
Hue de ojos de felino entre los intersticios del
desastre
Hue coagulada ahora en la memoria verdosa
pesadilla en alguna charca tan triste del cielo
gato que llora a gritos sábana venenosa plato donde cae sangre
en vez de arroz
y el hombre que retorna con cabeza de moscas
y no comprende más ni el vino ni sus manos en la terrible
disección de la noche
Hue de escalpelo
Hue sin labios
Hue silencio de sangre
tantos muertos
han defendido el río la semilla el pubis de flores de la lluvia
la trenza que se entreabre y deja ver los cálidos demonios
de la piel
tanta lumbre de cabaña tan lejos
la huella de sandalias en la arena
la mujer lacia bajo la hoja del banano
llena de espectros
otra Hue ondula entre la niebla
de espejismo
Hue reverbero sobre el casco inflamado del "marine"
(recubierto de slogans formol
y vendas puedes ahora beber la lepra en tu gaseosa
la gangrena)
Hue de estrellas que hierve como una nueva
constelación del cielo del infierno
Hue inviolable
donde el Río de los Perfumes gira lentamente alrededor
de la luna
* * *
Crónica de un encuentro con Maqroll
el Gaviero
a Álvaro Mutis
¿Y que sol no es exilio? En México, D.F.,
encontré a Maqroll el Gaviero, y brillantes y negros
los fantasmas del Golfo, a la luz de la luna,
cruzaban la profundidad de su pecho, con tórridas súplicas
desde las plantaciones,
desde el coco podrido y la ola
conjurando a los muertos con un vaso de alcohol,
y que sus besos no se evaporen, que nunca cierren
las corolas ardientes de sus almas.
Perdido en la noche furtiva de ojos de murciélago
durmió en lo más hondo
de cabelleras suntuosas, susurros y plumas, vegetaciones ,
y el relámpago del tigre en la sombra sexual
de hoteles lacustres alzados sobre pilotes,
bebió, soñó, reflexionó largamente
en los poderes perdidos, arrojado a los Hospitales
de Ultramar
¿De qué habló?
Del olor de los eucaliptos,
del vino y sus gemidos de adiós,
de la memoria que torna indeleble un rostro,
una ausencia,
un paisaje que cambia de lugar,
un día que no acaba nunca de pasar
días tras día, cubierto de sangre y de helechos.
¿Y su casa?
Se abre hasta el hueso de la tiniebla,
en la risa de los cafetales, tierna y despótica
como toda presencia amante.
La sagrada savia de México subía por las piedras
hacia el corazón de los dioses,
y de pronto
un loro fulminado cayó sobre el sofá, junto a Maqroll,
una joya de las constelaciones,
un indescifrable mensaje, una ofrenda en el viento
inmenso.
¿De qué cielo cayó esa ave muerta?
¿De qué patio de infancia con reyes desnudos envueltos
en hojas de tabaco, en la raíz del corazón y fugaces estrellas
en labios de sirvientas entrevistas a la orilla de un
río lleno de pepitas de oro...?
Nada sé. Sólo narro los hechos.
Lo sucedido.
Y tan lejos, Maqroll el Gaviero repite su insondable
melopea
su alabanza fanática por tesoros inválidos,
por las grandes promesas incumplidas,
por todo esplendor en la corriente, por toda gracia recibida
en la tierra y su calor animal
en un paisaje amenazador
como esos pálidos cielos de sol ciego sobre espumas
en la playa donde van a morir los alcatraces.
una ausencia,
un paisaje que cambia de lugar,
un día que no acaba nunca de pasar
días tras día, cubierto de sangre y de helechos.
¿Y su casa?
Se abre hasta el hueso de la tiniebla,
en la risa de los cafetales, tierna y despótica
como toda presencia amante.
La sagrada savia de México subía por las piedras
hacia el corazón de los dioses,
y de pronto
un loro fulminado cayó sobre el sofá, junto a Maqroll,
una joya de las constelaciones,
un indescifrable mensaje, una ofrenda en el viento
inmenso.
¿De qué cielo cayó esa ave muerta?
¿De qué patio de infancia con reyes desnudos envueltos
en hojas de tabaco, en la raíz del corazón y fugaces estrellas
en labios de sirvientas entrevistas a la orilla de un
río lleno de pepitas de oro...?
Nada sé. Sólo narro los hechos.
Lo sucedido.
Y tan lejos, Maqroll el Gaviero repite su insondable
melopea
su alabanza fanática por tesoros inválidos,
por las grandes promesas incumplidas,
por todo esplendor en la corriente, por toda gracia recibida
en la tierra y su calor animal
en un paisaje amenazador
como esos pálidos cielos de sol ciego sobre espumas
en la playa donde van a morir los alcatraces.
* * *
Cuando silenciosamente el murciélago prolonga su espiral
en la noche
es fascinante tu condición de hijo de la muerte
enamorado de la sangre del mundo.
Castillo aullante,
copas de Murano bajo antorchas,
el cochero sacudido por el viento
es un espectro en un carruaje de espectros.
Pálida criatura de la noche, huésped furtivo de un ataúd,
las mujeres insomnes hablan de dientes de terciopelo
en una boca que les bebe la sangre,
envueltas en sus cabellos flotan ahora entre los nenúfares
de Monet, en una piscina de perfumes.
Son bellas niñas a la espera de la luna.
¿Qué luz de nunca se filtra por tus ojos?
Partidario de la vida, con puntiagudas orejas,
suplicando por ese susurro de flores en el misterio de la
aorta,
sólo la joven bruja te canta desde la hoguera con sus labios
consagrados al cielo.
Bebes amor y muerte
y la respiración de los vivos está apostada como un león
con ojos de diosa y fuego en los ollares.
Bate en medio de la negrura tus alas consteladas de
lágrimas:
he ahí el infierno de la belleza.
Enrique Molina (1910-1997)
* En la versión para celulares, acostar el teléfono para obtener la métrica dispuesta por el autor.
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