martes, 26 de marzo de 2019

Adúltera


De la histérica pluma de Jean Lorrain, un pasaje perverso de su obra El vicio errante, 1902.




-¿Le he engañado? -dijo Rabastens
-No, es un jardín sin par, y de su belleza se desprende sorprendente melancolía. En esos senderos y en esta soledad flota la angustia íntima y deliciosa que oprime el corazón de los seres sensibles cuando contemplan un campo de batalla o cuando visitan un palacio en el que han ocurrido cosas dramáticas.
-El perfume del pasado. Sí, este jardín tiene su atmósfera. Y no le he traído por azar, sino que, entre tantas quintas, he escogido a propósito este dominio. Recuerda en algo el palacio de Augusto, o si usted lo prefiere, el palacio de los Strozzi en Florencia o el Louvre de los Valois. Hace treinta años, ocurrieron aquí dramas terribles. ¿Verdad que este parque encantado es un cuadro soberbio para contener la agonía de una raza? 
"A uno de esos dramas asistí yo... el otro forma parte de la leyenda, y el tiempo lo ha desterrado a las lejanías de la tradición. Extraña historia en verdad la historia de los Noronsoff, que con intervalo de treinta años vinieron a extinguirse aquí, lejos de San Petersburgo y de los suyos, ante el quimérico horizonte de las montañas y del mar. Casi es la crónica de una dinastía. La historia empieza como empiezan los cuentos de hadas, y termina como un capítulo de Suetonio que tuviese intercaladas en sus márgenes anotaciones de Saint-Simon.
-Adelante, adelante, charlatán empedernido -dije con impaciencia a Rabastens. -No acaba usted nunca, y parece que me está dando el dúo de Tristán.
-Sentémonos en este banco.


Y cuando nos hubimos instalado, añadió:
-Ante todo, ¿cree usted en la magia, en el atavismo y en el poderío de los hechizos? Porque, si no cree en nada de eso, es inútil que empiece. La historia que voy a contarle descansa sobre un extraño caso de atavismo, especie de antiguo sortilegio de que fue víctima una princesa de los Noronsoff de otros tiempos y que, a través de los años, aparecía de cuando en cuando en una o uno de los descendientes de la familia, aniquilando toda la voluntad y llevando la presa designada a oscura y atroz venganza perpetuada de siglo en siglo.
-Un hechizo que hiciese apariciones... Así podría explicarse la epilepsia y la histeria saltando de generación en generación.
-Es usted más médico que los médicos. ¿Acepta, si o no, la hipótesis de un hechizo?
-Sí.
-Pues bien, escuche. En 1415, un conde Wladimir Noronsoff -los Noronsoff fueron elevados al principado bajo el imperio del gran Catalina...
-¡Servicio de Cámara!...
-¿Qué importa? Digo, pues, que en 1415, un conde Wladimir Noronsoff, gran cazador ante Dios y gran destructor de siervos y mercaderes, en uno de sus dominios de Ucrania, y durante una comida de caza, se permitió la diversión -debía haber tenido una borrachera de cerveza caliente y kummel-, se permitió, digo, el pasatiempo de violar a una vagabunda, a una hija de la estepa venida con una banda de bailadores para divertir a los boyardos.
"La muchacha, por casualidad muy hermosa, tentó los deseos del bruto Wladimir. Ahora bien: la vagabunda resultó ser , si no honrada, enamorada, y su amor la protegía. La bailadora tenía a su prometido entre los rascadores de guitarra y de guzla que estaban en la sala para acompañar las danzas gitanas, y rechazó a Noronsoff. Como éste insistiese, el prometido intervino con un puñal en la mano y la amenaza en los labios... ¡Aquello fue excesivo! El conde ordenó a sus gentes que se apoderasen de la pareja; hizo que los desnudasen, y azotaron al hombre hasta hacerle saltar sangre, mientras la mujer, atada y amordazada, era arrojada como una presa a la lujuria de los mujiks, los cuales, a la vista del amante, la violaron por turno. Terminada la orgía, la joven, medio muerta, y el hombre, cubierto de sangre, fueron liberados de sus ligaduras y entregados uno a otro, mientras el conde y los boyardos iban a divertirse a otra parte.
"La joven murió, el hombre la sobrevivió, y la tribu entera se alió al hombre para ayudarle a que se vengase.
"Una noche, el vagabundo se introdujo en la habitación donde dormían el conde y la condesa Noronsoff, la amable condesa Elena, Elena Noronsoff, la santa y pura esposa del perro Wladimir. Y hubiera podido apuñalarlos a los dos, peor todavía, atar al conde -pues el gitano no había entrado solo- y devolverle a sus ojos ultraje por ultraje. Pero su venganza fue mucho peor.
"Un narcótico vertido entre los labios del conde le mantuvo dormido, y durante su sueño, aquel condenado vagabundo le robó el alma a la condesa tocando, durante toda la noche, canciones bohemias en un violín hechizado, violín cuyas cuerdas estaban hechas con tripas de ahorcado, y el arco con cabellos de prostituída.


"Aquel instrumento infernal hechizó a la noble y casta mujer. El vagabundo estuvo tocando toda la noche, y a la mañana siguiente Elena Strowenska despertó teniendo un alma criminal y sentidos de mujer de vida alegre. El mismo día se entregó a tres criados; al siguiente, cual perra loca, bajó a las habitaciones de los guardas, a la perrera, a las cuadras, y requirió de amores a los criados que cuidaban a la jauría y a los palafreneros. La servidumbre, consternada, no se atrevía a negarse a los caprichos de la condesa, y además... ¡Elena era tan bella!... Las posibles represalias de Noronsoff hacían que en la casa reinase el estupor... Él, siempre entre dos cacharros de aguamiel, y seguro de la virtud de su esposa, era el único que no sospechaba nada, el único que no veía nada; pero como la condesa Elena llevase demasiado lejos el escándalo, yendo a buscar hombres a la aldea, el pope le abrió los ojos. 
"Ebrio de furor, el brutal Wladimir aplastó entre dos piedras la cabeza de la embrujada, y nadie supuso que la condesa hubiese podido ser víctima de un hechizo. Después de la muerte de la miserable, el bohemio, entonces en la cárcel de Cracovia por otro delito, confesó cínicamente su crimen, más aún, se envaneció de él y se envenenó en presencia de los jueces en la celda de la tortura; pero, en la agonía, y entre estertores que semejaban risas, predijo que el encanto horrible reaparecería. La venganza resucitaría de edad en edad, y los Noronsoff, a través de los siglos, tendrían siempre a perras y a prostituídas en su lecho. Ahora comprende usted: el hechizo hizo su reaparición, y el bohemio no mintió.



                                                                                                                           Jean  Lorrain
                                                                                                                                              
                                                                                                                                                               



Dibujo de Sem
Reseña biográfica Jean Lorrain (seudónimo de Paul Duval) nace en Fécamp, Francia, en 1855 y muere en su ciudad natal a los cincuenta años. Cursa estudios de Derecho en París pero los abandona después de vincularse al grupo de escritores que frecuenta el café La Bohème y el famoso cabaret Le Chat Noir, donde conoce a Jean Richepin, Jean Moréas, Émile Goudeau y otras plumas revulsivas de la época. En 1882 publica su primer libro de poesía, La Sang des Dieux y comienza a colaborar en Le Décadent. Conoce a Huysmans, a Barbey D'Aurevilly, a Léon Bloy y a la escritora Rachilde, con quien mantiene una larga amistad no exenta de ocasionales rupturas. Sigue escribiendo poesía hasta que se vuelca a la prosa y publica su primera novela, Les Lépillier (1885), que provoca una pequeña conmoción en Fécamp. De ese año o el siguiente data su relación con Edmond de Goncourt con quien mantiene una profunda amistad hasta la muerte de éste en 1896. Comienza entonces una escandalosa carrera signada por la homosexualidad, la frecuentación de los bajos fondos, las drogas y un inigualable talento para la injuria que lo hace protagonista de varios duelos (con Maupassant y Proust, entre otros), algunos de los cuales resultan meras pantomimas. Conoce a Sarah Bernhardt para quien escribe varias obras, y se hace odiar, por su profuso y deliberado mal gusto, por el conde Robert de Montesquiou y por Léon Daudet, que ha dejado un repugnante retrato suyo en sus Souvenirs. Colabora con La Vie Moderne y L'Echo de Paris. En 1891 publica Sonyeuse, volumen de relatos discretamente celebrado por la crítica. Al año siguiente viaja a Argelia, por entonces el paraíso de los europeos de moral blanda, pero debe volver a Francia para asistir a su madre enferma hasta su muerte. Vuelve al ruedo parisino y traba amistad con Liane de Pougy, la gran cortesana de la época, que le abre las puertas de la alta sociedad. Comienzan sus colaboraciones en Le Journal donde aparecen sus críticas semanales que le proporcionan buen dinero pero le granjean innumerables antipatías, convirtiéndolo en algo así como el morbo de moda, el chroniqueur más temido de su época. Entre 1897 y 1901, publica Monsieur de BougrelonMonsieur de Phocas y Le vice errant, sus mejores libros. A partir de 1898 realiza varios viajes a Venecia, sobre la que escribe  un libro preocupado por su deterioro. Su salud, delicada por el abuso de éter (al que es adicto desde tiempo atrás y por el cual debe ser operado de complicaciones intestinales severas varias veces) acaba por quebrarse y muere el  30 de junio de 1906. Durante su inhumación, entre los portadores del ataúd, se encuentra su amigo Antonio de La Gándara, que pintara el retrato que precede el texto elegido.

Retrato de Jean Lorrain por Antonio de la Gándara

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