jueves, 29 de abril de 2021

Fragmento sobre Shelley



“Deshecho por la pérdida de Clara, mis pasos me llevaron instintivamente hacia el oeste, en dirección a casa. Pero me detuve durante mucho tiempo en la costa tirrena, deambulando por sus playas, sin rumbo, comiendo lo que pescaba y pasando la noche al sereno cuando el clima acompañaba o en refugios improvisados cuando se volvía inclemente. 

“Trabé relación con algunos pescadores que me aceptaron tal cual me veía: perdido, cuarteado, andrajoso. Me instalé en la aldeíta de San Terenzo, frente al Golfo de Spezia, procurando olvidar los hechos luctuosos que habían jalonado mi vida, en especial el último, tan desgraciado. Y llegué a querer a esa gente que nada pedía ni preguntaba. Fueron buenos conmigo como pocos lo habían sido en mi tierra y ya nadie lo será. Por ellos me enteré de que unos poetas ingleses habían vivido algunos meses en esas playas, ‘en Casa Magni’, a poco menos de una hora de donde nos encontrábamos.

“¡Casa Magni! ¡Byron, Shelley! Aún recordaba, pero como algo lejano, de otra vida, el pequeño grabado de la modesta casa que ilustraba la breve pero sentida necrológica con la que Varela o algún otro redactor de El Centinela consignara la muerte de Shelley en Italia, ahogado en el mar ligur. El cuerpo apareció muchos días después de que zozobrara su barco, medio comido por los peces. Su amigo Trelawny, secundado por Byron y la mujer de Shelley, Mary Godwin, la autora de Frankenstein, incineró el cadáver del poeta a la manera pagana en las playas de Viareggio. Byron reclamó el cráneo, que se partió al sacarlo de la parrilla; Mary Shelley, por decisión de Trelawny, recibió su corazón ardiente. Pregunté en la aldea dónde se había llevado a cabo la ceremonia de incineración, y un pescador joven, casi un niño, se ofreció como guía pues conocía el lugar exacto en que había ocurrido. En Casa Magni hacía trabajos de limpieza y llevaba la diaria provisión de pescado por la que los ingleses ‘pagaban muchas liras’. Se enteró por uno de los sirvientes de la muerte de Shelley y del propósito de Trelawny de quemar el cuerpo como hicieran sus ancestros etruscos. Y decidió caminar las muchas leguas que hay hasta Viareggio para contemplar la cremación del ‘signor poeta’, cosa que hizo oculto detrás de unas rocas. 

“Lo seguí por hacer algo que me distrajera, pero en el camino me di cuenta de que peregrinaba hacia un lugar sagrado, que el impulso de viajar a Viareggio había obedecido a esa intuición. Si la poesía de Byron conmovía por sus palabras tan bien elegidas, la de Shelley lo hacía por la pureza de sus principios.

‘Cuando niño, buscaba yo fantasmas / en calladas estancias, cuevas, ruinas / y bosques estrellados; mis temerosos pasos /ansiaban conversar con los difuntos.’

“Era poco menos que un dios tutelar para mí. Sí, decididamente, peregrinaba a un lugar sagrado. Cuando llegamos, al día siguiente, Marco -tal el nombre del niño pescador- señaló con toda seguridad el sitio de la cremación, incluso corrió hacia unas rocas distantes y fingió ocultarse detrás de ellas para hacerme ver, con una gestualidad exagerada, que no tenía dudas acerca del lugar del insólito hecho. 

“Asamos un pescado sobre la arena y comimos tranquilos en esa playa que los antiguos dioses romanos parecían disputarle a Dios. Todo el lugar trasuntaba paganismo, daba la impresión de ser un enclave detenido en el tiempo, jamás hollado por cristianos. Nosotros mismos, semidesnudos, comiendo con las manos sin ninguna mesura, tendidos sobre una lengua de arena que había recibido las cenizas de un poeta cremado sólo tres años atrás pero que en el juego mental al que me había entregado resultaba un hecho de una pasmosa antigüedad, parecíamos unos animales recostados al sol en un espacio sacrificial después de haber devorado algunas sobras respetadas a medias por las llamas... 

“Y fue esa loca fantasía la que me hizo enterrar las manos en la arena y tamizarla con los dedos en busca de alguna reliquia, de algún hueso del poeta que para mí tendría entidad de lignum crucis. Y no blasfemo ni exagero: a mi modo de ver, hay algo de mesíanico en el ateo Shelley.  Sus grandes obras, resulta claro, predican la grandeza del hombre en detrimento de la idea de Dios. Pero creo que busca convencernos de que cada uno de nosotros es, de algún modo, un ungido. Hay algo de intento divino en eso, y en el medio que utiliza -su poesía- de religión. Por eso fue crucificado por sus contemporáneos, que no estaban preparados -ni lo estarán en mucho tiempo- para noticia semejante. No por pagano ni por sus costumbres antinaturales, como suele decirse con imperdonable liviandad en salones y periódicos. Por pagano fue crucificado Byron, por sus prácticas inmorales, como su amor por Augusta, su hermana. ¿Pero quiénes nos creemos para juzgar?”

Recogió de su espalda un cordel que habíamos echado hacia atrás para examinar mejor su pecho fragmentado, y nos mostró un pequeño hueso atado a él. “Del gran Shelley”, dijo. “Desde que lo encontré, lo llevo siempre conmigo."



Foto de cabecera: Shelley, escultura de Edward Onslow.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario