En La morte de Philae (Callman-Levy Editeurs, 1910), Pierre Loti dejó constancia de una espectral visita nocturna al Museo de Antigüedades de El Cairo que nos hubiera gustado transcribir íntegramente. Sin embargo, por su extensión considerable, nos vimos obligados a resumir la gótica excursión ensamblando un puñado de citas en un puzle que, esperamos, refleje en parte lo que regala el texto completo.
Prometemos, eso sí, un final a todo Loti.
"Somos dos y mientras iluminamos el camino con ayuda de una linterna, a través de estos vastos corredores, podríamos ser tomados por una guardia nocturna en su ronda."
Lo acompaña el director del museo, sin cuya amistad no hubiera podido realizar esta excursión ad inferos. Atraviesan la planta baja colmada de sarcófagos vacíos y objetos de culto diversos. Loti anota la impresión que le causan los sarcófagos a la errática luz de la linterna. De vez en cuando, "en un giro repentino, nos encontramos con un par de ojos de esmalte, ojos muy abiertos que penetran directamente en las profundidades de los nuestros, parecen seguirnos cuando pasamos y nos hacen temblar como al contacto de un pensamiento que viene del abismo de los siglos." Con frecuencia, entre los ataúdes, ve mangueras enrolladas como grandes serpientes expectantes. Pregunta a su acompañante qué puede haber tan inflamable en el piso, ya que los sarcófagos son de piedra arenisca. "Lo inflamable se encuentra arriba", responde el director. Loti recuerda entonces la "asamblea de momias; la vieja carne marchita, el cabello seco y muerto, los venerables cadáveres de reyes y reinas, empapados en natrón y aceites" que ha visto en sus visitas diurnas al museo. Siguen avanzando hacia la escalera que los llevará a la planta alta, extremando cuidados y tratando de dominar la inquietud, ya que de día el lugar luce como lo que es, un museo, pero "de noche... ah! de noche, cuando todas las puertas están cerradas, es el palacio de la pesadilla y el miedo". Parecen escapar horribles "formas" no sólo de los cuerpos embalsamados sino también de los papiros, de las estatuas y de las innumerables cosas antiguas "que, en el fondo de las tumbas, han estado impregnadas de esencia humana durante mucho tiempo."
"A través de los pasillos silenciosos de arriba, ahora avanzamos directamente hacia aquellos a quienes les he exigido esta audiencia nocturna." A la luz indecisa de la linterna, observan "los papiros, los esmaltes, los jarrones que contienen entrañas humanas", hasta alcanzar "las momias de las bestias sagradas: gatos, ibis, perros, halcones, todos con sus telas de momia y sarcófagos, y monos, también, que siguen siendo grotescos incluso en la muerte."
En las salas superiores las "máscaras del color de la carne muerta se alternan con otras de oro que brillan cuando la luz de nuestra linterna juega sobre ellas momentáneamente a nuestro paso." En una mesa, en medio de una de estas habitaciones, "algo que hace temblar brilla en una caja de vidrio, algo frágil que falló en la vida hace unos dos mil años: la momia de un embrión humano. Y alguien, para apaciguar la malicia de esta cosa nacida muerta, le ha cubierto la cara con una capa de oro, porque, según la creencia de los egipcios, estos pequeños abortos se convierten en genios malvados si no se les otorgó el honor apropiado. Al final de su cuerpo insignificante, la cabeza dorada, con sus grandes ojos de feto, es inolvidable por su fealdad sufriente, por su expresión frustrada y feroz."
Siguen, en medio de un "aire pesado con el olor enfermizo de las momias", y, por fin, llegan a destino. "Este es el lugar. ¡Mira! Allí están", advierte su compañero. Ven a las momias yacentes o paradas en sus sarcófagos abiertos. La luz mortecina revela rostros ajados, muecas horribles, "manos con uñas demasiado grandes que sobresalen de trapos miserables" Reconocen a la reina Makeri, muerta al dar a luz, "con su rostro que nadie conoce, cubierto por vendajes intactos" y la momia de su bebé nacido muerto a sus pies para hacerle tolerable la eternidad. Y enseguida, las momias ilustres, amontonadas en siniestra tertulia, identificables por sus tarjetas que "dicen sus nombres tremendos: Seti I, Ramsés I, Seti II, Ramsés II, Ramsés III, Ramsés IV..." Una de ellas parece presidir la reunión, la de Sesostris, "momia de noventa años, desdentada, con una mano levantada en gesto imperativo, de reto. Es un fantasma a punto de desaparecer". Está "envuelto miles de veces en una maravillosa hoja enrollada, tejida con fibras de áloe, más fina que la muselina de la India." En el siguiente ataúd se encuentra Seti I, su padre, muerto muy joven. Es una momia muy bien conservada, de expresión serena, y "parece extraño que él, que se ve tan joven, tenga por hijo al anciano casi centenario que yace a su lado."
Ahora dejemos al propio Loti poner el broche de oro a la espectral recorrida, sin fastidiosas interrupciones.
"En nuestro pasaje hemos observado muchas momias reales, algunas tranquilas otras haciendo muecas. Pero, para terminar, hay una de ellas (el tercer ataúd, en la fila que tenemos enfrente), una cierta reina Nsitanebashru, a quien me acerco con miedo, aunque es principalmente por su cuenta que me he aventurado a hacer esta ronda fantástica. Incluso durante el día, alcanza el máximo horror que puede provocar una figura espectral. ¿Cómo será ella esta noche a la luz incierta de nuestra pequeña linterna?
"Ahí está, el vampiro desaliñado en su lugar, estirado a lo largo pero siempre como si estuviera a punto de saltar; e inmediatamente me encuentro con la mirada de reojo de sus pupilas esmaltadas, que brillan con los párpados medio cerrados, con pestañas que aún son casi perfectas. ¡Oh, es aterradora! No es que sea fea, por el contrario, podemos ver que era bastante bonita, y joven. Lo que la distingue de los demás es su aire de ira frustrada, de furia, por así decirlo, por estar muerta. Los embalsamadores la han coloreado muy religiosamente, pero el rosa, bajo la acción de las sales de la piel, se ha descompuesto aquí y allá y ha dado lugar a una serie de manchas verdes. Sus hombros desnudos y los brazos sobre los trapos que alguna vez fueron su espléndida mortaja, todavía tienen cierta redondez elegante, pero también tienen manchas verdes y negras, como se puede ver en las pieles de las serpientes. Seguramente ningún cadáver, ni aquí ni en otro lugar, ha conservado una expresión de vida tan intensa, de ferocidad irónica e implacable. Su boca está torcida en una pequeña sonrisa de desafío; sus fosas nasales están fruncidas como las de un ghoul ante el olor de la sangre, y sus ojos parecen decir a cada uno que se acerca: Sí, estoy acostada en mi ataúd; pero pronto verás que puedo salir de aquí. Hay como una amenaza en esa terrible expresión.
"Ahora que estamos a punto de retirarnos, ¿qué pasará aquí, con la complicidad del silencio, en las horas más oscuras de la noche? ¿Permanecerán inertes y rígidos todos estos cuerpos embalsamados, que fingieron estar tan callados porque estábamos aquí? Se reanudarán los intercambios de líquido humano antiguo como, quién duda de que lo hagan, cada noche entre un ataúd y otro. Anteriormente, estos reyes y reinas, en su ansiedad por el destino de sus momias, habían previsto violación, saqueo y dispersión entre las arenas del desierto, pero nunca esto: que se reunirían un día, casi todos descubiertos, tan cerca uno del otro debajo de los paneles de vidrio. Los que gobernaron Egipto en los siglos perdidos y nunca fueron conocidos, excepto por la historia, por los papiros inscritos con jeroglíficos, reunidos de esta manera, ¡cuántas cosas tendrán que decirse unos a otros, cuántas preguntas ardientes deben hacerse sobre sus amores, sobre sus crímenes! Tan pronto como nos hayamos ido, no, tan pronto como de nuestra linterna, al final de las largas galerías, no quede más que un resplandor moribundo, las "formas" que a los asistentes tanto atemorizan, ¿no comenzarán con sus retumbos nocturnos y, con sus huecas voces de momia, susurrarán palabras?
¡Cielos! ¡Qué oscuro está! Y aunque nuestra linterna no se ha apagado, el lugar parece oscurecerse más y más. ¡Y cómo huele este antro con el olor de los aceites de los que las mortajas están saturadas y, aún más intolerable, con el hedor enfermizo de todos estos cadáveres!...
Mientras recorro estos pasillos interminables, un vago instinto de autoconservación me induce a retroceder y mirar hacia atrás. Y me parece que la mujer con el bebé ya se está levantando lentamente, con mil precauciones, su cabeza completamente cubierta. Mientras más abajo, ese cabello despeinado... ¡Oh! ¡Puedo verla bien, sentándose con un tirón repentino, el vampiro con los ojos esmaltados, la dama Nsitanebashru!
Pierre Loti (1850-1923)
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