jueves, 9 de abril de 2020

Rostros bestiales


Tengo un grueso vidrio ante los ojos y siento una inequívoca presión sobre mi espalda, el vagón está más que repleto. Con una mano apoyada en el marco metálico, me separo de la amenazante puerta corrediza y el improvisado espejo me devuelve la mirada indiferente. El tren deja de producir el hipnótico traqueteo de las ruedas sobre los rieles y se detiene con un chasquido neumático; las hojas de las puertas se abren automáticamente, como si entre ambas hubiera un odio robótico que hace que se separen con una exhalación tubular. Bajo rápidamente, más por temor a que me arrollen que por el hecho de estar apurado. El mundo que me rodea es de una sorda hostilidad. Se percibe en el entorno sofocante, como si flotara en el aire un polen miasmático, una malignidad pícara y a la vez rabiosa. Rostros feroces... no, no... no son feroces, en realidad, sino... bestiales, pero bestiales en el sentido de inexpresivos, como la jeta de ciertos animales. El andén esta repleto, y pasan a mi lado distintas personas, raudas y ensimismadas, al parecer, en sus cosas, con los telefonitos en las manos, ceñudos, parecen enojados con algo insustancial e incierto, como si estuvieran enojados con la vida. Llegamos al pie de la escalera mecánica, nos agolpamos en el acceso, trato de mantener una distancia, la mínima posible para no chocar, no tocar, al individuo que me precede y sintiendo la silente urgencia del que esta detrás de mí. Algunos, posiblemente los más inquietos, casi como si fueran animales exigüamente gregarios, como si hubieran perdido, además, el don del habla, se empujan blandamente, con una violencia contenida, como rivalizando de un modo socialmente aceptado, con arreglo a una forma consensuada y no escrita, por el privilegio de acceder primero a la escalera. Nadie pide permiso o disculpas. Somos como ovejas feroces, dispuestas a despedazarnos entre nosotras. Ovejas que no necesitan del lobo, porque por debajo de los bucles lanosos esta el hirsuto pelo erizado, y entrelazados con los dientes herbívoros, están los afilados colmillos caninos, palpitantes, desmenuzadores.

Ricardo Gustavson


Imagen: Los lobos y las ovejas, de Gustave Doré. En Fábulas de La Fontaine, 1885

Enlace Dore

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