Mirar sus profundos negros ojos ejerce un fatal hechizo
que petrifica cada músculo, cada hueso y cada una de las gotas de tu sangre.
Mirar sus ojos es
devenir estatua, materia inerte, sin vida.
Sólo es lícito mirar
su terrible rostro cuando ella misma es piedra,
sólo es lícito mirar
su semblante en el frontón del templo de Corfú.
Desde antiguo, se
deslizaba raudamente por las pesadillas:
un borrón, una
mancha gris sobre gris,
de escamas sulfurosas, de
garras afiladas y de alas negras,
que se filtra por
entre las grietas que el miedo teje,
tal como lo haría una araña
infatigable, aún en el valeroso y decidido.
Su cabeza amputada
sigue mineralizando la carne desprevenida,
es aún fatal mirar
los ciegos ojos,
encandilarse con la laxitud de sus serpientes.
encandilarse con la laxitud de sus serpientes.
Pero, por mis sueños se me
muestran otras cosas,
visiones donde acuden destellos de una espada de oro
visiones donde acuden destellos de una espada de oro
y donde en un fulgor
glauco, con un rumor de alas amplias,
más amplias que las poderosas alas de las águilas,
más amplias que las poderosas alas de las águilas,
salta hacia las nubes un furioso semental, blanco y alado.
Francisco
Izarraguirre
* En la versión
para celulares, acostar el teléfono para obtener la métrica
dispuesta por el autor.
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