martes, 3 de diciembre de 2019

Cabeza de novia




Unos dicen: "No hay amores para siempre". "Te amaré eternamente", prometen otros. Durante el rito nupcial, los novios juran permanecer juntos hasta que la muerte los separe...

Según un artículo del diario 'La Nación' de octubre de este año, se subastará una cabeza de momia de tres mil años de antigüedad en la Feria de Arte y Antigüedades de Madrid a realizarse a mediados de noviembre próximo.
Dice la nota que la cabeza data de la dinastía XVIII (siglos XVI a XIII a.C.), época considerada de máximo esplendor por los especialistas. Comienzos del Imperio Nuevo de Egipto. Tiempos de vendas de lino teñidas de verde, de mujeres en el poder: Hatshepsut, Nefertiti...

La cabeza muestra un óptimo estado de conservación. Pueden verse partes del vendaje con el que fuera momificada, los dientes bajo el labio superior a medias desmenuzado, piel, mechones de  cabello (¿rubio?), sus párpados casi intactos...
Al parecer, perteneció a una joven aristócrata cuya historia se desconoce y que han llamado de manera provisional Néfer, nombre que ya no la abandonará porque al carecer la momia de una tumba que hable por ella y tratarse de una cabeza separada de su cuerpo (cabeza cuyo periplo contaremos enseguida), es poco probable que los arqueólogos puedan reunir indicios que proporcionen una idea de quién fue en aquellos días lejanos. El esmero en su momificación indicaría su pertenencia a la nobleza, pero poco más puede suponerse sobre su historia.

La momia que luciera la cabeza en cuestión fue entregada en Alejandría al médico danés Christian Fenger por un oficial egipcio en agradecimiento por haber asistido a niños con afecciones oculares. Cierto morbo africano que amenazaba su salud hizo que Fenger tomara la razonable decisión de emigrar de Alejandría en busca de condiciones climáticas y sanitarias menos adversas. Eligió o no le quedó otro remedio que marchar a Estados Unidos. En ese momento recibió el presente del oficial que consistió no en una sino en dos momias. Fines del siglo XIX. Imaginamos que las condiciones de un viaje tan largo e incómodo -además del incordio legal que significaría viajar con dos muertos, aunque fueran añejos- habrán obligado al médico danés a prescindir de los cuerpos. Él mismo debe haberse ocupado de decapitar a Néfer a juzgar por la precisión del corte que preservó  la vétebra cervical.
A la muerte de Fenger, su hijo heredó la reliquia, y a la suya, el nieto del médico. Este la entregó en subasta  en Nueva York y hoy, su actual  propietario -el coleccionista español Vicente Jiménez Ifergan-, hace lo propio en el Ifema de Madrid.

Nota aparte merece la precaución tomada por Ifergan al adquirir la cabeza en Nueva York. 
Viajó de apuro a Luxor para someterse a un rito de protección por parte de expertos en El Libro de los Muertos, medida que todo tenedor de momias debe tomar desde los fatales tiempos de Howard Carter y lord Carnavon, descubridores de la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes. Varias muertes acontecieron entre la gente vinculada al hallazgo del joven monarca a poco de su exhumación, algunas en circunstancias cuando menos dudosas. En el acceso a la cámara mortuoria del faraón, habría leído Carter, en un dintel u óstracon (pequeño ídolo o pieza de cerámica de carácter tutelar):


La muerte vendrá sobre quien 
perturbe la paz del faraón

Crea o reviente el lector.

Pero todo lo dicho es irrelevante. Sólo interesa Néfer, sus pocos años tronchados por la muerte, su cabeza reclinada sobre terciopelo negro, sus párpados entrecerrados, su piel tersa para siempre, su boca entreabierta a la espera de un beso que no llegará nunca...

Néfer, novia de la eternidad.








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